Halloween se celebra internacionalmente la noche del 31 de octubre, sobre todo en los países anglosajones.
Las tradiciones típicas de este día son las fiestas de disfraces, las visitas a los túneles del terror y casas encantadas, las bromas siniestras y juntarse con amigos para ver alguna película de miedo.
En España desde hace unos años se ve cada vez a más niños ataviados con disfraces terroríficos peregrinando de casa en casa en busca de golosinas.
Los escaparates de las tiendas se vistes con los colores característicos: naranja, negro y morado, y se llenan de calabazas, telarañas, brujas y esqueletos.
Se trata de una fiesta que cuenta con sus partidarios y sus detractores.
A mí me encanta ver las calles invadidas por niños y niñas disfrazados de brujas, esqueletos y vampiros, estos personajes aterradores nos despiertan más ternura que miedo.
Así que pasé el día entre lápidas, fantasmas y huesos.
No, no fui a ningún cementerio ni a ninguna fiesta de disfraces, estuve preparando una tarta para el cumple de David, un niño de 8 años al que le encanta Halloween.
Su familia decidió sorprenderle con una réplica comestible de Jack, protagonista de la película “Pesadilla antes de Navidad”.
Y este fue el resultado:
Como ya estaba con las manos en la masa, nunca mejor dicho, seguí modelando. Tenía varias ideas, un poco repugnantes, pero muy dulces. Al final me decidí por unos dedos de chocolate blanco con uñas de almendras, que en unos minutos estuvieron terminados.
Un poco asquerosos ¿verdad?, sin embargo, a pesar de su aspecto estaban deliciosos.
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