Este fin de semana ha sido agotador, y no solo físicamente.
Me he dado cuenta de que mi implicación emocional cuando elaboro las tartas que
me encargan es tanta que desgasta mis energías y me deja exhausta. Pero esa es
precisamente la magia de este trabajo, que va mucho más allá de la cocina, del
horno, de los ingredientes, porque está cargado con las emociones de las
personas.
Esta vez es una hija quien me encarga una tarta
para su padre. Cumple nada menos que 87 años, ya no se encuentra en plena forma
y quieren que sea algo inolvidable, muy especial. Es un apasionado de los
libros, pero su favorito, por encima de todos, es El Quijote. Su hija me cuenta
que cada día relee alguno de sus pasajes así que este será, sin duda, el motivo
de la tarta. Zene, que así se llama la hija, me propone que modele a su padre,
Carlos, vestido de Quijote. La idea me parece estupenda porque, además, según
me explica, ha sido siempre un hombre muy vital y su aspecto, alto, delgado,
con el pelo ligeramente largo y recogido en una coletita, casa perfectamente
con el universal personaje de Cervantes.
Me pongo a trabajar sobre una base de
chocolate, vainilla y nueces. Modelo a Carlos vestido de Quijote junto a un
molino y también algunas páginas del libro en las que escribo frases que
extraigo de la novela.
Mientras voy elaborando la tarta, recuerdo que Zene me
ha dicho que confía en mí y que sabe que todo va a salir muy bien. Estas
palabras me hacen trabajar con entrega, quiero que todo esté lo mejor posible
porque se trata de una gran responsabilidad. Empatizo mucho con las personas
que me hacen un encargo, sé que para ellas las tartas no son un regalo
cualquiera, quieren que se conviertan en un recuerdo inolvidable, que reflejen
la personalidad de quienes las reciben. Yo lo vivo de la misma manera.
Por circunstancias, no pude hacer yo misma entrega
de la tarta, pero sé que cuando Zene la vio se quedó sin palabras, lo sé porque
además me lo puso en un mensaje. También me dijo que iban a comprar otra tarta porque
no querían comérsela. ¡Nooooooooo!, les dije, mis tartas son para comérselas.
Luego me contó que su padre, al verla no pudo hablar, lo primero que dijo fue:
¡Anda, soy yo! Y luego se puso a llorar.
Me emociono al contarlo. He pasado unos días
hipersensible, aún lo estoy. Pero no importa, creo que esa hipersensibilidad me
ayuda a crear, a captar mejor lo que me
encargan y a dar lo mejor de mí. Además noto cómo se forja entre nosotros un
vínculo muy especial, es como si por un tiempo yo también formase parte de sus
familias. Un vínculo que tarda un tiempo en romperse o que, quizá, ya nunca se
rompe del todo.
Cada dia os superais un poco mas,ahora mismo no sabria decir que me gusta mas,si el texto o la foto de la tarta.Seguir asi transmitiendo vuestro buen hacer
ResponderEliminar